martes, enero 22, 2008

La Vaca Beata (o fantasías de La Dolorosa) - 2ª Parte


TRIATLETAXX: Claudia, me has excitado.
LA DOLOROSA: No fue mi intención.
TRIATLETAXX: Eso no te lo creo. Ésas son tus fantasía masoquistas? Pero si el que sufre imaginariamente es el padre Emilio, no tú.
LA DOLOROSA: Espera, aún falta. Estoy sólo en el comienzo. Ésa fue mi primera masturbación y mi primer orgasmo. Y también mi primera, aunque no real, experiencia sadomasoquista.
TRIATLETAXX: Te sentiste sucia? Tuviste alguna contrariedad moral? Lo pregunto por tu religiosidad.
LA DOLOROSA: La verdad, no, nunca pensé en el sexo como algo inmoral. Además, para mi, se trataba de amor, de puro amor. Seguía con mi timidez y no tenía intenciones de seducir o de llegar a concretar algo real con el cura. Estaba consciente y conforme con la situación platónica de mis sentimientos. Por lo demás, el cura era un hombre seguro de su vocación y por eso mismo lo admiraba. Románticamente pensaba que mi amor era puro y cristalino, no pedía nada a cambio, sólo quería dar. No me importaba que él no se enterara. Todo era, como supondrás, un amor adolescente, algo sin mayor fundamento, sólo un rayo de luna en la noche.
El padre Carlos (el cura sinvergüenza) se fue. Malas lenguas comentaron que las monjas lo habían corrido ante la amenaza de ciertos padres cuyas hijas habían sido abusadas por él. Mas esto eran sólo rumores. Como fuera, yo me alegré, ya que el tipo era francamente desagradable; eso sin contar que Emilio ocupó por completo su lugar en el colegio y yo pude transformarme en su mayor colaboradora. Soñaba siempre con él y me masturbaba en la noche, imaginando aquello de la crucifixión.
La pandilla de chicos molestos no se detuvo en sus burlas. Mi cercanía hacia el padre fue advertida y la causa de muchas chanzas y humillaciones. "Parece que a la vaca beata le gustan todos los curas". "Las ubres de la vaca enloquece a los curas".
Éste era el tenor de lo que me decían. Recuerdo una de esas humillaciones que, posteriormente, alimentó fantasías que aparecían una y otra vez en mi mente junto a la del padre crucificado. Por supuesto que ese episodio fue inspiración también para mis clitorianas masturbaciones.
Los chicos pesados habían escrito un papel con el siguiente texto: "Soy la vaca y quiero ser culeada por el toro Emilio". Lo pegaron a mi espalda. Esta broma ya la habían hecho innumerables veces pero yo siempre me daba cuenta y me quitaba el humillante cartel. Esta vez me lo iba a quitar pero me arrepentí en el último momento. Un impulso superior a mi me lo impidió. Aparenté no darme cuenta. Me propuse experimentar las consecuencias de dejar ese letrero en mi espalda. Cerré los ojos y mentalmente me dije: "El sufrimiento que viene te lo dedico a ti mi amor, mi maestro Emilio. Puede que nunca lo sepas, mas no me importa. Ésta será la prueba de que mi amor es puro, es sólo dar y no recibir, el más puro de los amores". No sabía lo que decía aquel lienzo pero lo podía imaginar. Tocaron la campana para recreo y todos nos dirigimos al patio. Todos, chicos y chicas, me miraban, reían y cuchicheaban entre sí. Yo me mantuve siempre flemática y mentalmente comencé a orar: "Padre nuestro que estás en los cielos..."
Busqué el lugar más concurrido en el patio y me ubiqué ahí para que me vieran. Vi que se acercaban los chicos odiosos. Sus miradas eran sarcásticas, pero yo siempre estoica aparentaba idiotez e inconsciencia. Uno de ellos me gritó "VACA CULEADA". La carcajada se extendió como reguero de pólvora. Entonces cerré los ojos y una lágrima corrió por mi mejilla. Así, con los ojos cerrados empecé a rezar en voz alta, delante de todos, de manera que me escucharan. Sentí enrojecer mi cara por la vergüenza. Confieso que la oración no era una muestra de mi fe. Nada de eso. Esto no tenía que ver con mis convicciones religiosas. Como ya dije, era un experimento impulsado por mi morbidez. Deseaba saber hasta donde podía llegar. Sabía que esa actitud era ridícula y sería motivo de crueles burlas. Y ahí estaba, con los ojos cerrados y las lágrimas cayendo y recitando el padre nuestro con un letrero en la espalda, en medio de la multitud. Oí que uno de los chicos decía "esta tía se volvió loca". Se acercó una compañera y me dijo: "Claudia, estás bien?". Pasó la mano por mi mejilla. Yo abrí los ojos y miré la cara de esa chica. Parecía estar preocupada por mi. Contesté: "Sí, estoy bien, gracias. Yo siempre estoy bien porque él está conmigo y me cuida". La chica puso cara de interrogación y yo seguí: "Mi amigo Jesús me ama y eso es lo importante". Los demás, al escuchar esas palabras, rompieron a reír de buena gana. "La vaca sí que está loca, se cree santa", dijo alguno.
Yo misma me habría reído si hubiera escuchado semejante estupidez. La chica no rió. Me abrazó y dijo: "Ven conmigo, salgamos de aquí". Luego se volvió hacia los demás y les increpó: "Dejadla de una vez, ya es suficiente". "Déjala tú, la vaca está loca, no la ves? Le gusta hacer este show porque está pirada", le contestó burlón uno de los chicos. Yo me volví hacia él y le espeté: "Jesús también te ama y te perdona. Rezaré por todos vosotros".
Que palabras! Que situación más ridícula! Me avergoncé de todo ello hasta el día de hoy. Sin embargo el objetivo era precisamente ése, el escarnio, el ridículo mismo. Aquella chica fue muy tierna. "No les hagas caso, Claudia, son unos brutos, así son los hombres", me decía para consolarme. Seguramente ella pensaba que yo estaba pasando una crisis nerviosa. Sentía lástima de mi. Creo que pensaba que yo estaba loca, como decían los demás, ya que, a partir de ese día, nunca más se acercó. Es más, nadie lo hizo en lo sucesivo, ni siquiera la pandilla de pesados. Y así yo terminé por quedar en la más absoluta soledad, hasta que ingresé en la educación secundaria. Es de suponer que el aislamiento social alimentó aún más mis fantasías, disparándolas a niveles increíbles.
Ese mismo día, después de vivir lo anterior, llegué a mi casa, cabizbaja y casi como una autista. Mis padres lo notaron. Yo sólo dije que tenía dolor de cabeza. Ansié que llegara la noche. Muy temprano me puse el camisón de dormir y antes de recluirme en mi habitación fui al baño. Me miré frente al espejo, me quité el camisón y quedé desnuda. Que grandes tenía las tetas para mi edad (15años)! Y sobre todo, esas enormes aureolas. Sus dimensiones se me antojaban escandalosas, como hechas para avergonzarme. Instintivamente me las tapé con las manos. La mata de vellos púbicos era ya tupida y muy, muy negra, como pensada para ser notada desde lejos y hecha con el sólo propósito de causarme dolor y vergüenza. Se me ocurrió la loca idea de que la negrura intensa de los pelos despedía un olor que era percibido por todos, delatando así mi grosero cuerpo.
Me encerré en mi habitación, me tendí en la cama y quedé a oscuras.
Me encontraba en una planicie medio desértica ante una turba de machos brutos y enfurecidos. Yo vestía como María Magdalena. Aquellos hombres me escupían y me llamaban puta, tonta, ridícula. Amenazaban con apedrearme. Yo me quedaba como petrificada, sin moverme. Uno de los hombres me rasgaba la mitad de la túnica y quedaba con mis tetas al aire. Eso parecía enloquecerlos más aún y comenzaban a llamarme "vaca inmunda". "Ordeñemos a la vaca", decían. Luego, cada uno de ellos (eran más de 20), turnándose, se dedicaban a jugar con mis senos. Unos me los sacudían, otros me los estrujaban de manera brutal, algunos me tiraban de los pezones. Después me abofeteaban la cara hasta hacerme llorar, lo que les provocaba una sádica hilaridad. Uno de los hombres les ordenó silencio a los demás y me dijo: "Si crees que éste es tu castigo te equivocas, aún no lo has recibido, así que prepárate. Serás marcada a fuego con la V de Vaca en tus nalgas, y expulsada de la ciudad sin nada, ni siquiera tus vestiduras".
Procedían a arrancarme la túnica, quedando completamente desnuda. Sentía el aire fresco en mis glúteos, en mi ombligo y circulando por entremedio de mis negros pelos del pubis. Dos de los hombres quemaban mis ropas. Yo procuraba torpemente taparme los genitales y las tetas pero casi no podía, el volumen de ellas conspiraba contra mi pudor. Los hombres dirigían esta vez sus bofetadas a mis nalgas, las que quedaban enrojecidas. Me ataban de las muñecas y me obligaban a caminar hasta el centro de la ciudad. Me exhibían ante todos. Algunos reían, otros me insultaban, pero lo que más me dolía eran sus miradas aceradas y reprobatorias de mi propia existencia, de ser como yo era, de mi estupidez, mi morbosidad y mi cuerpo. Esas miradas se me hacían insoportables, por lo que bajaba la vista sin dejar de derramar lágrimas. En un momento del trayecto, decidía que debía subir la mirada, pero no al frente, sino entornando los ojos hacia arriba, al cielo. Sin duda, pensaba que así me vería más hermosa con la vista fija hacia arriba y las lágrimas corriendo. Como no veía el camino tropezaba todo el tiempo, lo que era celebrado con carcajadas. Al llegar a la plaza pública de esa ciudad imaginada y antigua, era marcada en las nalgas con la V de Vaca, con un hierro candente. Luego de eso era dejada en las afueras con tan sólo mi desnudez y vergüenza.
El orgasmo que experimenté esa noche en mi habitación oscura superó al anterior que había vivido imaginándome al padre Emilio en la cruz. Que hermoso fue! Resultó mucho mejor y más dulce... agridulce, recibir yo el castigo y el peso de la humillación. Yo era merecedora de todo eso y estaba dispuesta a ello. A nadie le gustaban los tragos amargos pero yo siempre estaría dispuesta a tomarlo. Alguien tenía que hacerlo y así es siempre en la vida. Alguien tiene que sufrir, pues bien, según mi conclusión yo era una de esas personas, la que tenía que pagar siempre. De alguna manera, reflexionaba, estaba haciendo un servicio a los demás y a la naturaleza misma. Así que esta fantasía reemplazó a la anterior por semanas. Sin embargo, estimé que faltaba algo. Había inconsecuencia e hipocresía en mi. Resolví ser consecuente entonces, ya que no era justo masturbarme y disfrutar de esas imágenes gratuitamente.
Un día quedé sola en casa, me metí al baño completamente desnuda con un alambre muy fino (de metal) previamente calentado sobre la llama del gas de la cocina. Contemplé la piel de mi cuerpo ante el espejo por última vez libre de imperfecciones, y procedí a marcarme con el alambre en la cadera. Fue un leve toque (el metal era muy fino) de manera que dejara una brizna de quemadura, una marca muy pequeña, pero dolió. Fue como un relámpago, o eso creí ver, como cientos de alfilerazos concentrados en ese pequeño punto. Derramé lágrimas y un quejido se me escapó inevitable, mi cara tembló por unos segundos. Luego pasó, ya estaba completo, podía disfrutar tranquila de mi agridulce fantasía. Me cubrí la herida con unas cremas cicatrizantes. Seguía desnuda. A continuación me vendé los ojos, y en esa oscuridad comencé a revivir aquel escarnio público imaginario, sólo que esta vez yo misma pellizcaba mis tetas y me autoinflijía cachetazos en los glúteos. Cuando llegó el momento de marcar a fuego, sólo recordé el chispazo de dolor grabado en mi memoria y me corrí.
TRIATLETAXX: Debo suponer que dejaste la fantasía del cura en la cruz?
LA DOLOROSA: Esa fantasía fue cambiando poco a poco. De esa consolación que brindaba a mi maestro, evolucioné a algo más dramático.
Estaba Emilio crucificado, yo al pie de la cruz, lloraba por su dolor. Los soldados y verdugos, a fin de torturar psicológicamente a mi maestro, procedían a maltratarme ante sus ojos. Me arrancaban las vestiduras hasta dejarme completamente desnuda. Me abofeteaban y estrujaban mis tetas. Uno de ellos, especialmente grande y fuerte, descargaba un poderoso puñetazo en mi abdomen sacándome todo el aire de los pulmones (alguna vez, cuando niña, me había sucedido un percance así, de tal forma que era fácil imaginarlo), caía al suelo y era pateada en el culo y en la zona lumbar. Me imaginaba jadeando, tratando de recuperarme de esa paliza. Veía mi cuerpo desnudo y cubierto de polvo. Miraba a mi maestro y él optaba por cerrar los ojos y llorar, lo que me acongojaba grandemente. No faltaba la penetración por cada uno de los integrantes de esa soldadesca de bárbaros, la vaginal y la anal, y por supuesto hube de, en ese sueño demencial, probar el semen de todos. En el epílogo de la imagen, los soldados me lavaban, para sacar el polvo de mis tetas. Uno de ellos las sacudía e instaba a que el crucificado observara. Inevitablemente, el pene de Emilio se erguía y entonces me obligaban a chuparlo, delante de todos, hasta hacerlo eyacular. La idea era avergonzarnos a ambos.
TRIATLETAXX: Que morbosa eres! Tú estás más loca que yo.
LA DOLOROSA: Si, soy morbosa y quizás loca, lo asumo. Veo que ya no te gusto.
TRIATLETAXX: Estás rayada, pero me sigues gustando. Debo estar bastante loco para eso, no?
LA DOLOROSA: Sin duda, jajajajajajaja.
TRIATLETAXX: No creas que me ha sido desagradable tu testimonio. Deberías dedicarte a escribir todo eso, tus fantasías, tus morbosidades. Tienes un material valiosísimo. Es la materia prima de una escritora.
LA DOLOROSA: Yo creo que debería hacerlo con mi propia vida real, que estoy segura te sería más sorprendente. Pero no lo voy a hacer.
TRIATLETAXX: Por qué?
LA DOLOROSA: Por qué crees que te cuento todo esto? Tú lo harás por mi. Tu escribirás todo lo que te confiese.
TRIATLETAXX: Y de esas fantasías adolescentes, hay más? .
LA DOLOROSA: Bueno... sí. Mi clítoris siempre deseaba más, jajajaja, y mi imaginación se diversificó: Yo crucificada en lugar de mi maestro para salvarlo del dolor, los dos crucificados y excitados a la vez por la visión del otro sufriendo. Yo crucificada de cabeza como una Pedro-mujer, con mis tetas colgando hacia abajo y casi tocando mi mentón. Yo, La Dolorosa, torturada en un potro de estiramiento, etc. Has de saber que siempre me provocaba, en mis pajas e incluso a veces durante el día, pequeños martirios, como ponerme piedritas en mis zapatos, pinzas en mis pezones, me tiraba de los vellos púbicos o me azotaba con una correa de cuero las nalgas y la espalda.
TRIATLETAXX: Te gusta hablar de todo esto, verdad? Creo que has estado exagerando en tu morbidez para jugar conmigo. Pues bien, te confieso que lo lograste, me calentaste, y no me vengas ahora con que no era tu intención.
LA DOLOROSA: Jajajajaja. Si te di un momento de placer no me puedes culpar. Pero no exagero, soy muy masoquista, ponme a prueba, casi no te pondré límites. No te enojes conmigo, además te necesito. Tú serás mi escritor y yo tu materia prima. Quiero que mis confesiones sean conocidas, te he elegido a ti.
TRIATLETAXX: Cuéntame tu primera experiencia sexual, fue sadomasoquista? .
LA DOLOROSA: Se me acabó el tiempo, otro día seguiré. Ahora estoy cansada y quiero irme a dormir. Adiós, besos.
TRIATLETAXX: Adiós, Dolorosa.
Nota a pie: Relato ficticio extraído de la red.
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