domingo, enero 20, 2008

La Vaca Beata (o fantasías de La Dolorosa) - 1ª Parte


TRIATLETAXX: Nunca he conocido a alguien como tú.
LA DOLOROSA: A qué te refieres?
TRIATLETAXX: A alguien como tú, con esa imaginación, esa morbosidad, esa ansiedad obsesiva.
LA DOLOROSA: Así me ves? Como una obsesa? Una enferma tal vez?
TRIATLETAXX: No, no dije eso, no me malinterpretes. Como puedes decir eso? Si me gustas como eres.
LA DOLOROSA: Jajajajajajaja, pero si no me conoces.
TRIATLETAXX: Sé lo suficiente.
LA DOLOROSA: Eres un romántico y me idealizas. Si me conocieras es seguro que no te gustaría.
TRIATLETAXX: No me importa tu aspecto físico. Me gustas tú, tu fondo, la esencia de tu personalidad.
LA DOLOROSA: Jajajajajajajaja. Ahora sí que me haces reír. Si conocieras mi esencia, mi fondo, como dices tú, verías sólo morbosidad y neurosis. Tampoco te gustaría.
TRIATLETAXX: No digas eso por favor, no creo que sea tanto. Sólo eres una soñadora y en cierto modo lo soy yo también y por eso te entiendo y me gustas.
LA DOLOROSA: Soñadora? Así me llamas? Da risa. Es mentira que no te importe mi aspecto. Eres hombre y eso siempre le importa a los hombres.
TRIATLETAXX: Es verdad, nos importa. Muéstrate a la cámara entonces, Dolorosa.
LA DOLOROSA: No.
TRIATLETAXX: Por favor, muéstrate.
LA DOLOROSA: No, no puedo. Soy profesora de enseñanza básica, doy clases a niños pequeños y no me arriesgaré a perder mi trabajo.
TRIATLETAXX: Exageras.
LA DOLOROSA: No exagero. Si el mundo se entera de que esta maestra es una desequilibrada ya nadie tendría la confianza para que eduque a sus niños.
TRIATLETAXX: Hablas como si fueras un peligro, y no me parece que lo seas. En algo sí tienes razón, y ahora lo veo, eres efectivamente una masoquista de marca mayor que goza con sufrir. Te calificas como lo peor y autoinflinjes el castigo correspondiente. Aun así me gustas.
LA DOLOROSA: Otra vez con eso. No me conoces.
TRIATLETAXX: Ya que no puedes mostrarte, dime cómo eres, descríbete, haz un bosquejo de ti misma.
LA DOLOROSA: Está bien, lo haré. Mi nombre es Claudia Martínez Cruz, 35 años, soltera, o debo decir solterona, ya que dudo que me case algún día, nadie me soportaría.
TRIATLETAXX: Como te castigas! Por favor, prosigue y no te detengas.
LA DOLOROSA: Mido aproximadamente 1,67 m de estatura. Confieso ser gorda, lo que me acompleja. Estoy en 89 kilos y cada año aumento un poco.
TRIATLETAXX: Cuáles son tus medidas anatómicas?
LA DOLOROSA: Son caricaturescas y me avergüenzan: 143, 89 y 108. Podríamos decir que soy una gorda tetona y culona. Toda la grasa se me va a los muslos, nalgas y tetas. Sé que los hombres gustan de esa abundancia, pero al mismo tiempo me hace ver como objeto ante sus ojos, incluso de burlas.Cuando estaba en el colegio me apodaban "la vaca". Los chicos decían que no tenía pechos sino ubres. Todo eso me mortifica, sin hablar de la incomodidad por el peso de las tetas y de la dificultad para hallar ropa interior en los comercios. Debo hacer este tipo de compras en una tienda especial para señoras gordas.
Mi gigantomastía y piel blanca hace que las venas se noten a simple vista en mis pechos como un follaje de ramas que parten de mis aureolas. Estas últimas son enormes como las de las negras y mis pezones muy grandes y carnosos. No quiero pensar en las dimensiones que adquirirían mis senos con la lactancia si tuviera un bebé.
TRIATLETAXX: Eres deliciosa, Claudia.
LA DOLOROSA: Sí, lo soy, como una degustación de vino. El catador la prueba y luego la escupe.Que adulador eres, pero sólo hay lujuria en ti. Solamente eso puedo inspirar en los hombres, una lujuria baja y brutal, y el resto es desprecio. Sin embargo, el panorama no se ve tan bueno en el resto del cuerpo. Mi culo también es grande y me incomoda. Tengo estrías en las nalgas y caderas, ni qué decir de mi vientre abultado en donde el ombligo se vuelve una oquedad oscura y rodeada de gorduras.
TRIATLETAXX: Y en donde yo te besaría, Claudia.
LA DOLOROSA: Mi pubis está cubierto por un matorral negro y abundante, con vellos muy largos y gruesos. Los labios vaginales también son largos y gruesos, tanto así que la carne se me apelotona y enrosca.
TRIATLETAXX: Eres preciosa, Claudia.
LA DOLOROSA: Soy una mujer asquerosa. Tengo el cabello oscuro y largo, con una partidura en medio. Modestia aparte, pero mi pelo es bello, abundante, firme y vigoroso. Ya ves, no todo es queja, Triatletaxx.
Mis cejas también son abundantes y de forma arqueada. Mi rostro es alargado. Mi nariz es grande, aunque no se ve mal. Tengo la boca pequeña, con labios regulares, ni gruesos ni delgados. Mis ojos son color café y mi tez blanca.
En cuanto a mi carácter y personalidad, tiendo al pesimismo y la melancolía. Me defino tímida e introvertida, fantasiosa en extremo, morbosa, neurótica y... lo que ya te dije.
TRIATLETAXX: Qué me dijiste? A qué te refieres?
LA DOLOROSA: Que soy una masoquista empedernida, me gusta el sado en el sexo, aparte de muy lujuriosa.
TRIATLETAXX: Que hermosa eres, Claudia! Pero háblame de tus fantasías masoquistas, cuándo comenzaron?
LA DOLOROSA: No sé muy bien cuándo, ni cómo comenzó. Me vienen imágenes de la adolescencia, a veces de la infancia. Antes de la adolescencia no puedo hilar los recuerdos a ese respecto, no tengo claro los tiempos, qué sucedió antes?, qué sucedió después?, qué es fantasía, sueños o realidad? Por eso, obviaré esa parte y en otra oportunidad te contaré.
Estudié en un colegio de monjas al que ingresé cuando tenía 12 años para completar mi educación media. Es en ese lugar, y a propósito de él, donde nacen mis primeras fantasías.
En la iglesia del colegio existía un Cristo elaborado en madera, muy conmovedor. Estaba perfectamente tallado, seguramente por un artesano muy hábil, y cubierto con pintura, lo que le daba mucho realismo al color de su piel, a las marcas dejadas por los latigazos y a la sangre que se derramaba de sus heridas.Su cuerpo aparecía estirado, se notaban cada una de sus costillas y la tensión de sus músculos. Cuando lo vi por primera vez quedé petrificada, era muy bonito y a la vez me inspiraba una profunda compasión. Sólo de imaginar que alguien pudiera sufrir todo ese dolor, se me comprimía el corazón. A los pies de la cruz, estaban (también de madera) las figuras de tres mujeres, una de ellas su madre, María. Sus rostros estaban acongojados y sus ojos se alzaban hacia arriba mirando a Jesús. Como es de suponer, las mujeres vestían a la usanza de esa época, en la antigua Palestina, ropas que a mi se me antojaban hermosas.
Esa vez, cuando lo vi por primera vez, junto a los sentimientos que ya mencioné, y por unos segundos, me vi en el lugar de una de esas mujeres, sufriendo por el dolor del Salvador, contemplándolo en la agonía y hermosura de su sacrificio.
Desde chica me gustaron las historias de la Biblia y creo haber visto todas las películas que daban en TV para Semana Santa. Eran historias entretenidas y muchas de ellas dramáticas. Me leí casi todo el evangelio. Tuve buenas notas en la asignatura de religión y participaba activamente en cualquier actividad escolar que las monjas organizaran y que, por supuesto, tuviera que ver con lo pastoral. Incluso me hice la costumbre de orar en la iglesia antes y después de clase. Todo eso, en realidad, era un pretexto para tener ocasión de contemplar ese Cristo y a las mujeres al pie de la cruz y deleitarme con la perfección y belleza de las imágenes, a la vez que conmoverme con ellas. Que dulce era eso!
Se volvió mi adicción, mi vicio secreto. Podría haber estado horas mirando esos muñecos de madera e imaginándome a mi misma en el lugar de esas mujeres. No entendía lo que me pasaba y esa admiración fue interpretada como la fe de la que hablaban las religiosas y el cura que oficiaba las misas.
Todos pensaban, yo incluída, que Claudia Martínez era una niña religiosa, y de hecho lo era. Hice la primera comunión, asistía a misa los domingos, rezaba antes de dormir, etc. Pero siempre, en mi imaginación, estaban aquellas imágenes, el Cristo desnudo y torturado y las mujeres.
Ya te mencioné el apodo por el que me llamaban en el colegio, "La Vaca", pues desde temprano fui tetona. Pero luego agregaron un apellido y fui entonces "la vaca beata", habida cuenta de mi supuesta religiosidad. Sufría por este mote y me volví más tímida e introvertida de lo que ya era. No tuve muchas amigas, de hecho un grupo de chicos, compañeros de colegio, inventó lo de "vaca beata" y permanentemente se burlaban de mi y de mi retraimiento. Debo decir, en honor a la verdad, que aquellos chicos tenían razón, yo era una niña despistada e ingenua.
Me refugié en la religión, o más exactamente en la contemplación de esa imagen, la cual llevaba siempre en mi mente.
TRIATLETAXX: Y esa es tu primera fantasía masoquista?
LA DOLOROSA: No, no seas ansioso, Triatletaxx, espera. Mi fantasía comenzó a cambiar, a tener variantes. En mi mente esos muñecos de madera empezaron a moverse, a tener voz, ideas, historias... vida.
Fue así como me vi dentro del evangelio siendo la propia María Magdalena, la puta redimida por Jesús, su apóstola fiel, la mujer agradecida y estremecida por la bondad del Maestro. Me imaginé enamorada de él, siguiéndolo donde fuera, lavando sus pies y atendiéndolo con esmero. Me alimentaba de sus palabras y desgarraba con su sacrificio.
TRIATLETAXX: Pero Claudia, todas esas fantasías que me cuentas son muy extrañas y no las entiendo.
LA DOLOROSA: No las entiendes?
TRIATLETAXX: No, es decir, qué tienen que ver con el sado?, dónde está la connotación sexual?
LA DOLOROSA: Todo tiene un origen, y yo trato de explicarte el origen de mi inquietud, cómo, tal vez, comenzó todo y nacieron mis primeras fantasías sado. Quiero ser fiel y verídica y tú sólo deseas lo típico que quieren los hombres, esas imágenes burdas y repetitivas, que lata! Tengo razón cuando te digo que los hombres no me toman en serio, y una vez satisfechos, o no habiendo sido saciados con facilidad, me desprecian. Eres igual a todos, es mejor que nos digamos adiós.
TRIATLETAXX: No, Claudia, no es así. Cuéntame, disculpa, continúa por favor, no te importunaré.
LA DOLOROSA: Ok. Había un cura en el colegio, el encargado de oficiar misa todas las semanas. No me caía bien. Era un hombre egocéntrico, prepotente, ávido de reconocimiento y muy lujurioso. Esto último se comentaba entre mis compañeras. Todas habían recibido más de algún disimulado toqueteo. Ése era el padre Carlos. Un hombre alto, rubio, de unos treinta años, joven para ser sacerdote. También estaba el padre Emilio. Era unos cinco años mayor que el anterior, más bajo, de cabello oscuro y ondulado, barba negrísima, ojeroso y de rasgos moriscos. El cura Emilio era una buena persona. Paciente, jovial, siempre optimista. Se notaba que amaba su sacerdocio, al cual se entregaba con pasión. Era un romántico idealista. Todos le querían y él quería a todos. Confieso que me gustaba por su candidez, gentileza y caballerosidad. Ambos curas se turnaban, semana a semana, para hacer la misa y darnos clases de religión.
Un día, al llegar a clase, quedé de pie en el aula. Mi ubicación habitual era atrás, la última, pero había un pupitre de menos y yo, siempre lenta, perdí un lugar. El padre Carlos (el cura pesado) daba la clase y al verme de pie hizo que me sentara delante, en su escritorio. Hasta ese momento, creo que el cura jamás había reparado en mi existencia, pero apenas me vió, su vista quedó pegada en mi busto que para mi edad (14 años) era ya bastante prominente. Durante todo el tiempo que duró la clase, estuvo mirándome y me sonreía continuamente, lo que me hacía sonrojar de vergüenza. Al terminar, el cura se me acercó y poniéndome su mano en la cintura me ofreció ser su acólito en la misa, lo que yo no pude rechazar, aunque sentí que era un tipo asqueroso.
Ese evento fue motivo de burlas de parte de los chicos que siempre me molestaban. "Oye, vaca beata, calentaste al cura Carlos"... "
Vaca, muéstrale tus ubres al cura. El cura quiere hacerse una paja rusa contigo".
Eran en extremo crueles y yo sufría mucho. No les replicaba nada y me daba una mezcla de vergüenza y abatimiento. Escribían en papelitos todas estas cosas y otras ordinarieces y me las hacían llegar hasta mi pupitre. Por varias semanas estuvieron molestándome.
En una oportunidad me hicieron llegar un sobre dirigido a "La Vaca Beata". Lo abrí y era una nota acompañada por la página de una revista pornográfica. En ella había una fotografía de una mujer con un gran pene en la boca. Parecía chuparlo con avidez. Por la comisura de los labios le chorreaba líquido que podía ser semen, su propia baba o una mezcla de ambos. Al reverso había otra foto de la misma mujer, con unos senos gigantescos, y en la que un hombre aprisionaba su miembro entre ellos. La mujer tenía abierta la boca y los ojos blancos con una expresión de éxtasis que, paradójicamente, me hizo recordar a la de las mujeres dolorosas ante Jesús crucificado. Había una nota en la que se leía "eres tú, vaca, tus ubres y el cura Carlos".
Guardé el sobre y escuché las risas de los chicos. Me sentí morir y ultrajada en mi dignidad. Escuché que alguien decía a mis espaldas, "la vaca guardó la foto, parece que le gustó". Luego estalló una carcajada generalizada. Me quedé inmóvil y cerré los ojos. No dije nada y me evadí mentalmente de ese lugar y tiempo. Entonces comencé a vivir un escarnio parecido al de María Magdalena. De hecho lo era. Yo, sola e indefensa ante la multitud brutal que se aprestaba a apedrearme. Lo mejor era quedarme quieta, mirando al cielo, y recibir serena y estoicamente esa lluvia de piedras. Me llamaban puta, golfa, tonta, vaca inmunda.
Seguía sentada en el pupitre soñando despierta y, de pronto, sentí una cosquilla en el bajo vientre que me hizo cruzar las piernas en el asiento. Era levemente delicioso, dulce, no... es mejor decir agridulce. Uno de los chicos observó lo que hacía y dijo en voz alta "mirad, la vaca se quedó quieta y cruza las piernas, parece que se calentó con la foto, la vaca beata está caliente". Todos rieron, incluidas las niñas. Eso había sido demasiado cruel para mi y derramé lágrimas, me puse de pie y salí corriendo del aula en medio de la clase. Corrí a toda velocidad por el patio del colegio, sollozando, avergonzada, roja como un tomate, pero a la vez, y muy secretamente (incluso para mi), dichosa por lo que me había pasado, por haberme convertido en una mártir, una víctima, muy hermosa en su sufrimiento. Porque así me sentía, hermosa.
TRIATLETAXX: Fue una experiencia placentera entonces.
LA DOLOROSA: Lo fue, pero no dejó de ser dolorosa. Eran ambas cosas a la vez. La vergüenza, el dolor y el deleite de ser la protagonista de ese suceso.
Seguí corriendo, mirando al suelo que se me nublaba por las lágrimas. De improviso impacté con alguien. Era el padre Emilio, el sacerdote con cara de morisco. Nos miramos a los ojos. Estuvimos así por unos segundos. Me pasó la mano por las mejillas secándome las lágrimas y luego me abrazó. "Ya pasó, calma, niña", dijo. Puse mi cara en su pecho. Olía bien y estaba cálido.
El padre Emilio fue gentil y tierno conmigo, le expliqué mi desazón y me consoló. Hablamos largo y tendido y sentí su bondad y sinceridad, su pureza de alma.
Se tomaron medidas en contra de los chicos burlones y debieron escuchar las amonestaciones y sermones de la madre directora y del padre Emilio. Me volví amiga del cura morisco. Fui su acólita, su ayudante asistente, una verdadera seguidora suya. Para mi era el más sabio de los hombres, el más hermoso y tierno. Fue mi maestro y yo su incondicional María Magdalena.
Mi amor fue creciendo, haciendo partícipe al cura de mis fantasías delirantes. Se volvía realidad en mi la historia evangélica. Mi amor era platónico, jamás me habría atrevido a insinuarme a él o a seducirle. Era demasiado tímida como para hacer eso. Era un amor a la distancia y para mi era suficiente con las fantasías. En ellas lo besaba tiernamente y nos acariciábamos. Me gustaba contemplarlo en sus actividades de profesor, oficiante de misas, monitor, etc.
En el colegio se organizó una actividad deportiva. Se jugaría un partido de fútbol entre un equipo formado por los alumnos y otro formado por los profesores. Era una actividad claramente masculina.Todas mis compañeras fueron a la cancha a alentar a los chicos. Había una soterrada intención erótica de parte de éstas, algo de voyeurismo.
Yo, como siempre, quedé aparte, aislada en un rincón, con la mirada perdida, sin mirar en verdad.No era de mi interés el partido ni las piernas de los chicos ni los profesores. Mas esa indiferencia acabó cuando observé que en el equipo de los maestros estaba el cura Emilio. Vi que no sólo era de alma bella, su figura era atlética, se mantenía en forma, espalda ancha, piernas firmes y musculadas, y sin barriga.
Comenzó el partido y yo lo seguí con interés, es decir, seguía el espectáculo que me ofrecía mi amor y maestro. Al terminar el juego, el padre se quitó la camiseta y vi su torso desnudo. Su pecho subía y bajaba por el esfuerzo y su piel brillaba por el sudor. Mis cosquillas en el bajo vientre se hicieron presentes. Crucé las piernas y me abstraje.
El abdomen del padre Emilio se inflaba cuando el pecho se hundía y se aplanaba cuando éste se hinchaba. Se llenó de más sudor y se elevó a la cruz que apareció erguida en medio de la cancha de fútbol. Su cuerpo estaba cruzado por las marcas de los azotes. Sus brazos se extendían estirados, poniendo en tensión sus firmes músculos.
Borré esa imagen y me ruboricé pensando que las chicas podían leer mis pecaminosos pensamientos.Estaba todo húmedo en mis interiores, así que salí de ese lugar y fui al baño. Me encerré y senté en el WC. Todavía seguía mojada y ruborizada. Ésa era la lujuria, el deseo sexual. Aquello era de lo que hablaban las demás chicas. En realidad no tenía una mala opinión de esas sensaciones, pero de todas maneras me avergonzaban.
Abrí mi mochila y saqué la foto pornográfica que había guardado. El miembro de ese hombre enterrado en las gigantescas tetas, la cara de éxtasis de la mujer, el semen corriendo por su boca. Eso gustaba a los hombres? Podía una mujer no sentir asco de chupar en el mismo lugar por donde sale la orina? Y los olores, cómo eran? Que suciedad! Pero había escuchado decir a las chicas que a los hombres les gustaba que se lo chupasen. Algunas presumían de haberlo hecho. Que curiosidad sentía!
El cuerpo del padre Emilio, mi maestro bondadoso, lo había visto casi desnudo. Su torso, sus piernas. También él tendría un pene y dos pelotas colgantes, con sus pelos alrededor.
Una vez más el padre se elevó y fue crucificado. Su cara de cansancio y fatiga era surcada por esos hilos de sangre que nacían de las espinas de la corona que tenía en la cabeza. Su pecho sudoroso y brillante se movía agitado. Él agonizaba y yo estaba al pie de la cruz contemplándolo embobada, llorando por su dolor. Tomé la escalera y subí. Toqué las heridas de su cara y se las besé. Pasé un paño húmedo por la frente y le di de beber agua para que calmara su sed. Lo consolé como él lo hizo esa vez conmigo. Me miró con ojos desfallecidos y dijo "adiós, Claudia, me estoy muriendo y siento un dolor inmenso".
Entonces descendí un poco más. Fui pasando el paño húmedo por cada uno de los azotes que tenía en su pecho y vientre. Seguí bajando, le arranqué el taparrabos que tenía y vi ese trío colgante, como el del hombre de la foto, un gran pene y dos testículos dentro de la bolsa escrotal. Sus vellos eran negros como su barba. Puse mi mano en ellos. Era sedoso el matorral, como lo era el mío. En ese instante yo me estaba acariciando ahí. Mi maestro pregunta "qué haces, Claudia?". "Emilio, te daré un poco de consolación y dulzura para la amargura que vives", le contesto yo.
Me descubrí los pechos y se los mostré. Comencé a sobajear su pene suavemente, con delicadeza, así como sus testículos. Le recogí el prepucio. Toqué con los dedos la cabeza del glande. La salchicha empezó a subir muy de a poco. Yo bajé y reubiqué la escalera a fin de estar más cómoda. Desde abajo miré a Emilio hasta que él me miró, entonces descubrí mis tetas y se las ofrecí. Eran mis dones para él, mis abundancias prematuramente grandes. Subí la escalera y cuando mis pechos estuvieron a la altura de sus genitales le dije "Emilio, éstas son los regalos que te hace la vaca, para ti, mi amor, para que goces antes de morir". Tomé su pene tieso y enhiesto y lo rodeé con mis volúmenes. Jugué con él. Vi el falo sacerdotal ahogado entre mis tetas. Él comenzó a gemir y mi angustia se mezcló con felicidad por el placer de mi maestro.
Yo me estrujaba las tetas dentro del baño, con una mano, y con la otra me sobaba el clítoris.
Me llevé el glande viscoso a la boca y lo lamí lentamente primero y luego lo chupeteé como si fuera un caramelo. Miré hacia arriba y Emilio entornaba los ojos poniéndolos en blanco. Yo continuaba con más ahínco el succionado hasta que mi maestro infló su tórax inspirando, para luego soltar el aire con un profundo aaah de placer. Un aaah tenue y susurrante. Entonces mi boca se llenó de semen, escapándose por la comisura de mis labios, como aquella mujer de la revista pornográfica. El padre había exhalado.
Yo me friccioné con furia el clítoris hasta desembocar en mi primer orgasmo que me hizo gritar dentro del sanitario. EMILIOOOOOOOOOO! AAAAAAAAAAH!
Seguía gimiendo, mi boca estaba pegada a la pared tratando de descifrar ese beso helado. Babeaba de placer.
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