miércoles, enero 10, 2007

Perro III



Con un paño mojado comienzo a limpiar tu cara.
- Cierra los ojos.
Me pones esa carita de ángel que tanto me gusta. Ojos cerrados y pestañas disparadas. Sigo pasándote el paño, por todos los pliegues, mientras no dejo de observarte. Me entran ganas de comerte la boca y lo hago.
- No, no me beses. Relaja los labios y déjame que yo te los coma.
Me gusta besarte así, de labios relajados y lengua dormida, porque atrapo con mis labios como quiero y recorro con mi lengua exactamente lo que quiero recorrer.
Te salen pequeños gemidos sin querer. Y como me gusta escucharlos, me separo un poco de tus labios y me quedo así quieta, cerca de tu boca entreabierta, dándote mi aliento. Entornas los ojos y te sale una especie de quejido que ahogas rápido. Se parece bastante a los "pucheros" del bebé momento antes de echarse a llorar. Ahí ya me matas.
- Está cachondo el perrito, eh?
Asientes con la cabeza. Sin darte cuenta, has ido separando las piernas en un esfuerzo por aliviar tu entrepierna. Pero el "Apollo", lejos de encontrarse aliviado, mira a la luna más tieso que una vela.
- Escuece?
Vuelves a asentir.
- Quieres que te alivie?
Idem.
- Pues pídemelo.
- Alíviame.
- Pídeme que te folle.
Me miras implorante.
- Fóllame.
- Así no, convénceme.
- Por favor, fóllame.
Niego con la cabeza.
- No me convence.
Te impacientas y comienzas a retorcerte en el suelo.
- Estás pensando cómo debes pedírmelo. No lo pienses. Sólo dilo.
- Necesito que me folles.
Te salió rápido. Vas captando la idea.
- Sigue, vas bien.
- Necesito que me abras el culo y me folles.
Jadeas entre nervioso y espectante.
- Eso necesitas?
- Sí.. sí..
- No es suficiente.
- Joder, que no puedo más. Dios..
- ..
- Taládrame el culo con lo que tú quieras, pero fóllame ya, por favor.
Por un momento, eres consciente de lo que me estás pidiendo. Aprietas los puños y tratas de decelerar tu pulso. Pero no funciona, verdad?
- Eso quieres? Que te taladre el culo?
- Sí..
- ..
- Por favor..
Te tiemblan los labios.
- Buen chico.
Conoces mi predilección por la sodomía. Especialmente aplicada a tus nalgas, que a estas alturas de sobra sabes que son mi perdición. Me has conmovido tanto que he notado una lágrima bajar, los dos sabemos por dónde.
- Al salón.
Una vez allí, abro mi maletín y saco unas muñequeras de cuero unidas por una pequeña, pero resistente, cadena de tres eslabones.
- Date la vuelta.
Te giras sobre el suelo y me das la espalda. Cojo tu mano derecha y te ajusto una de las muñequeras. Acto seguido, hago lo mismo con tu izquierda, de manera que ambas queden unidas por la cadena y bien sujetas.
- Tiéndete en la mesa con las rodillas en el suelo.
La mesilla que acompaña al sofá es baja, de manera que tu cuerpo queda en ángulo recto a tus piernas.
El contacto con el cristal es frío y rechinas los dientes. Te mueves durante un rato tratando de encontrar la postura más cómoda. Bajo hasta tus piernas y te las separo.
- Las quiero bien separadas. Si las mantienes así, no me obligarás a separarlas con algo más sólido.
Ante tal declaración de intenciones, tú mismo levantas más el culo y abres todo lo más que puedes las piernas. La postura elegida te va a resultar incómoda de soportar una vez penetre el intruso, de manera que decido relajar tus mofletes con un par de cachetadas secas en cada uno. Se tornan entonces de un rojo pálido con la marca de mis dedos. Es ahora cuando el riego sanguíneo se pone como loco por recorrer tus venas más deprisa. El momento justo de preparar tu agujerito. Mi aliado ahora, la mantequilla, que es bastante más cochina que el aceite o cualquier lubricante, pero es la que mejor correponde a un perro cachondo como tú. Lo extiendo alrededor del anillo y voy abriéndoles paso a mis dedos. Me mantengo un buen rato hurgando dentro y dilatándolo para que no ofrezca mucha resistencia al pseudo-falo que vendrá después. Tú te retuerces tímido como si fueras una colegiala siendo desvirgada en el sofá de su casa. A medida que mis dos dedos van entrando entre espacios cada más cortos de tiempo, vas subiendo más tu culo. Noto entonces pequeños empujones hacia mi, como queriendo ser devorado por ellos.
- Yo creo que ya es hora de saludar al Sr. Falo.
Me coloco en un rápido movimiento el consolador de arnés que tenía preparado en una esquina del sofá y cubierto por una bolsa de tela roja. A éste no lo conocías.
Como buena anfitriona, hago las presentaciones..
- Saluda.
Giras tu cabeza hacia mi lado y lo ves. Antes de que digas nada (que lo ibas a decir) me adelanto.
- Tranquilo, seré suave por esta vez, pero no es muy diferente a cuando tú me das por culo a mi. Sólo es una polla en mi entrepierna. Verás como hacéis buenas migas.
Vuelves a posar la cabeza en la mesa, resignado, aunque alerta a cualquier movimiento mío. Agarro tu cadera con mi mano derecha y te atraigo hacia mi. Con la otra mano coloco el falo en la entrada de tu agujerito y lo rodeo un rato, para que os vayáis "conociendo". En el momento que se relaja y abre, introduzco la punta, me agarro bien a tu cadera y doy la primera embestida, de una sola vez. Algo parecido a un quejido sale de tu garganta. Comienzan a temblarte las piernas. La saco y vuelvo a embestir, agarrándome fuerte esta vez a tus dos caderas. Otro quejido. Un gemido. Me acerco un poco más y pego mi cuerpo al tuyo. Vuelvo a embestir una y otra vez. Te noto extraño debajo, con esa mezcla de quejidos y gemidos que se hacen jadeos ahogados. Tiro de tus caderas hacia mi de manera que pueda acceder mejor a tu cintura. Acaricio entonces tu vientre y me vuelvo a pegar a tu cuerpo. Y así penetrado y acoplado a mi, te digo al oído..
- Me gustas, perro.
Y ahora viene cuando guardamos la partida hasta la próxima y nos follamos como perros, tanto tú, tanto yo (tanto monta, monta tanto). Porque como dijo un tal Calderón de la Ruleta.. "la vida es un juego, y los juegos.. juegos son" (el de los sueños, obviamente, era otro Calderón :P)
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