martes, enero 09, 2007

Perro II


Me sigues en silencio por el pasillo. Llegamos al salón y me siento en el sofá. Tú te quedas muy quieto cerca de mi a la espera de que te diga cómo debes hacer para comenzar a cenar. Estás tan atolondrado que no te das ni cuenta de que en la mesa sólo hay un plato, el mío.
- Mi plato?
Casi al rato de decirlo, miras a un lado del sofá y lo ves ahí, en el suelo. Se te empieza a palidecer el rostro.
- Sin cubiertos?
- Dónde viste tú a un perro comer con tenedor?
- Con.. las manos..?
- Viste a alguno comer con las manos?
Te quedas un rato largo mirando el plato rebosante de espaguetis con salsa de tomate. Pareces hipnotizado, como si no hubiera nada más en ese cuarto que ese plato amenazante. Como no te decides, doy un pequeño toque con mi pie en el plato y lo avanzo hacia ti.
- Empieza.
Inclinas la cabeza dubitativo, pero cuando tu nariz roza un hilo de espagueti retrocedes.
- No puedo.
Vuelvo a deslizar mi pie hacia el plato y lo avanzo un poco más.
- Come.
De nuevo inclinas la cabeza, despacio, examinando la manera de pegar el primer bocado sin mancharte de salsa de tomate. Decides comenzar abriendo tu boca y enseñando los dientes, a modo de protección. Pero al primer contacto con la que será tu cena, te das cuenta de que no será posible mantener tu cara intacta. Así que, derrotado, te abandonas y hundes tímidamente tu nariz en la masa de espaguetis. Te lleva un buen rato familiarizarte con tu tarea. Cuando parece que vas domando los rebeldes hilos bajo tus dientes, aparece un nuevo replicante salpicando tu cara de salsa de tomate y obligándote a cerrar los ojos. Condenados espaguetis, jodida salsa de tomate.. estoy segura que piensas. Yo, mientras tanto, paladeo mi cena, no mostrando demasiado interés (aparente) por la batalla campal en la que se ha convertido tu cena. En algún momento, haces ademán de utilizar la mano para ayudarte, pero te la aparto enseguida con el pie. Asimismo, cuando salta algún hilo de espagueti fuera, te llamo la atención y, agarrándote directamente del collar, te obligo a recogerlo de nuevo al plato.
Te ha costado mucho, pero has terminado tu cena. No muy seguro de si debes lamer los restos de tomate en el plato, me miras. Pero no te digo nada. Así que inclinas tu cabeza, sacas la lengua y te dispones a limpiarlo. Inesperadamente, notas mi pie descalzo en tu hombro diciéndote que pares e incorpores la cabeza. Entonces bajo el pie hasta el plato y comienzo a embadurnarlo de salsa. Una vez bien cubierto lo acerco a ti. Supones rápido lo que has de hacer, aun así te digo..
- Posa tus manos en las rodillas y arquea la espalda. Vas a lamer mi pie como si fuera mi coño. Así que tendrás que aplicarte, porque quiero mojarme.
Acercas tus labios a la planta y los posas.
- Sólo quiero ver tu lengua, no poses los labios. No cierres la boca en ningún momento, ni para tragar saliva. Si babeas, mejor.
Incluso así, con la cara y el cuello llenos de tomate, boca abierta y lengua afuera como un perro salido, estás encantador. Tú seguramente te ves ridículo. Yo, en cambio, te veo guapo. Mucho.
Bajo mi cabeza a tu altura, frente a ti, muy cerca de tu cara, y te saco la lengua. Te muestro entonces cómo quiero que la muevas.
- Así lo quiero.
Y aunque soy consciente de lo complicado de mantener cierta rapidez en la lengua después de un tiempo prolongado, veo tu esfuerzo por complacerme y aun no resultándome tan sibilina tu lengua como yo pretendía, me excita verte tan dedicado. Dejaste el pie limpio, que era el otro de tus dos acometidos, por tanto, decido regalarte un rato más distendido, en el que sólo deberás relajarte y dejarte hacer.
- Voy a limpiarte la cara y después voy a follarte. Cómo lo ves?
Das un pequeño respingo. Se te encienden los ojos a la par de otra cosa.
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