miércoles, febrero 15, 2006

María IV


Trabajaba en una pastelería tres manzanas más allá de la residencia. Me asomé al cristal y allí estaba, colocando los estantes. No había casi gente a esa hora. Su jefe tampoco parecía estar a la vista. Entré. Al verme, me devolvió una mirada entre asustada e interrogante. Comenzaron los nervios, miró a mil sitios distintos, digo yo que buscando la mirada de su jefe por alguna parte, también tratando de no encontrarse con la mía, claro.

- No voy a estar mucho tiempo. Sólo he venido a pedirte una cosa

(Silencio)

- Por qué no me dices lo que me escribiste esta mañana?
- El qué?

(Ahora empieza a quitar cosas de los estantes, a ponerlas, a quitarlas y a ponerlas)

(Me impaciento)

- Joder María, el qué?

(Silencio)

- Me vas a decir algo, lo que sea, o te vas a quedar callada?

(Más silencio)

- Buff.. vale María, me voy

(Me dispongo a salir)

- Pues.. eso.. (me suelta)

(Me doy la vuelta y la miro)

- Eso.. qué?
- Pues eso.. que me gustas mucho

Y qué hago yo ahora? Me acerco y la beso? Lo mismo sale disparada, y allí me quedo, con cara de lela. Me acerco y no la beso, pero le toco, no sé, la mano.. o la abrazo? Buff.. sale disparada fijo. Siempre lo hace. Todo esto pasando rápido por mi cabeza, que tanto procesar y procesar datos a toda leche, al final se queda con lo más sensato. Con María había que ir extra-suave, por tanto, elegí "la opción sensata".

- Tú también a mi

(Veo una especie de sonrisa nerviosa y me lanza una mini-mirada de las suyas)

- Me voy, luego hablamos, vale?
- Vale
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Y hablamos.. y la besé.. y me lo devolvió.. y la toqué.. y me sonrió.. Y pasaron unos días de miradas cruzadas, de encuentros a escondidas, de besos rápidos, de roces en el baño, o en el comedor, en la habitación por las noches (cuando estábamos rodeadas de gente), de "manitas" por debajo de las sábanas, a veces mi mano en su pecho, a veces en el vientre y allí se quedaba, cerca de sus bragas, mientras charlábamos con las demás. Todo esto disimuladamente, María me lo pidió. Todavía sentía vergüenza, todavía era pronto.

Un noche que Bea no estaba, aproveché la ocasión y le pedí que durmiera conmigo, en mi cama. Me dijo que vale. Arreglé la habitación lo mejor que pude, Bea y yo no la teníamos muy ordenada, y aunque María había estado allí unas cien veces, quería que se sintiera especialmente cómoda esa anoche. Encendí una vara de incienso, sabía que a ella también le gustaban. Puse algo de música mientras me liaba un canuto y la esperé.
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